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Una historia que comienza, una historia que termina.

Una historia que comienza, una historia que termina.

He fantaseado con este día casi desde el primer momento que acepté hacer de cuenta que era Profesor.
A veces como un chiste, parodiando situaciones que podrían derivar en mi exilio, otras veces como una posible realidad que cada vez fue tomando más forma (habida cuenta las situaciones que se fueron sucediendo en este último año, podría decir).

No es ajeno a la realidad de quienes hemos desarrollado algún trabajo relacionado con la educación, que las reglas del juego de los nuevos educandos ha cambiado drásticamente.
En mis pricipios (allá por el 2007, cuando mi voz todavía temblaba del pánico escénico), de 30 alumnos que tenías en un aula, había 3 o 4 que eran esos potus de adorno decorando el salón, mientras que el resto no veía en la obligación de estudiar, documentarse o desafiarse en mejorar, una tortura medieval.
Actualmente, de 30 que pueden estar en un aula, 27 se concentran en cómo pueden zafar una materia y qué pelotudez pueden usar para quejarse, renegando de la responsabilidad que asume haberse anotado en una carrera, indiferentes a todo intento por formar y potenciar sus habilidades.
Así, se vuelven recursantes en sus propios loops infinitos de frustrarse ante el primer error y no dedicarle ni un minuto a asimilar los conceptos que cada docente quiere transmitirles; Eso -sin dudas- ha sido el principal desencanto que me ha invadido en el tramo final de este capítulo de mi vida.

En consecuencia, la educación que yo les llevaba (de igual a igual, nunca sobre el poste de creerme mejor que aquellos que estaba formando, quienes comienzan su evolución desde el mismo fango del que yo emergí alguna vez, con un esfuerzo similar al del tiktaalik roseae), donde se los desafió a superar al desarrollador promedio y sobrecargándolos de recursos que les servirían para el ámbito profesional, ya estaba obsoleta.

Pero no puedo dejar que ese cambio de paradigma educativo se vuelva tóxico en mis recuerdos hacia la excelente gente que me he cruzado en mis -poco más de- 10 años como entrenador de Padawans.
Tengo el honor de compartir actualmente mi laburo con tres de mis ex alumnos (Franciso Marino, Gabriel Bonvissuto y Aida Cortés), quienes me demuestran constantemente que no fue en vano capacitarlos y que -ya hace rato- me superaron en conocimientos y lógica.
Llevo en mis hombros el orgullo de haber preparado a muchos de quienes hoy en día están del otro lado del pizarrón, retransmitiendo sus propios conocimientos y experiencias, como Jonatan Jorge, Mabel García, Valeria Meijide, Francisco Piaggio, Lucas Fernández, Ezequiel Morfú, Florencia Kotlar e incluso a Omar Toyos [pido perdón si me olvidé de alguno...]. Personas que, a su manera, jugarán este juego, manteniendo vivo el legado de lo que les haya podido dejar a ellos mismos.
Y he compartido el trabajo con gente de una capacidad envidiable, mis colegas en la carrera (y gente de otras carreras también que me permitieron hacer cosas en conjuntos), así como al staff de preceptoría que siempre me dieron una mano en todo lo que haya necesitado como docente o coordinador (Flor, Mimí, Dani, Lili, Sara y -aunque no estrictamente de preceptoría- Ivi). Gracias a ustedes pude lograr muchos de mis objetivos profesionales, eternamente agradecido.


Cerrando este testamento virtual, he escuchado muchas cosas a lo largo de mi paso por la escuela relacionadas con mi posible salida.
He oído colegas afirmar (y firmar con sangre) que el día que yo me fuese de la escuela, ellos también se irían. Lo cual siempre me pareció exagerado -e innecesario-, por lo cual, afortunadamente, con mi partida no se fue nadie más.
Me he reído con una carcajada sarcástica ante la teoría de mis alumnos que aseguraba que el irme de la DaVinci podría significar su automática caída y una masiva deserción en cascada. Los cándidos nunca entendieron que -como si fuese la sexta versión de Neo-, hubieron otros Germán antes de mí, y vendrán otros Germán(es) después, para ser los elegidos de esta Matrix académica.


Como bien dice Tony Stark en la apertura del trailer de Avengers 4 -Endgame-, 'Part of the Journey, is the end' (Parte del viaje, es el final), por lo cual -tarde o temprano- llegaríamos a este inevitable punto de conclusión.
Y por más que muchos de mis afectos están enojados o tristes con las circunstancias, yo no lo estoy. 
Me voy en paz, sabiendo que les dí la mejor versión de mí (sí, eso incluye mis bizarreadas y constantes historias personales totalmente descontextualizadas para hacer más insufrible cada clase). Sea que hayan entendido el juego de roles que eso significaba o todavía estén tratando de descifrarlo (nada, nunca, fue azaroso).

Dicho sea de paso, me parece muy poético que Stan Lee murió para la conclusión de esta década del MCU, con el chasquido de Thanos... de la misma manera que yo me voy de la DV, con la conclusión de la carrera de dos años que un día nos sentamos a escribir en un sótano de la escuela con un par de colegas.

Con muchos de ustedes, nos volveremos a ver... el universo mismo se va a encargar de que así sea.
Al resto, buena vida y fue un placer haberlos acompañado en ese tramo de sus existencias.
Los amo, profundamente, y siempre los voy a llevar en un rincón de mi corazón. No tengan dudas que todos ya forman parte de las próximas historias que habré de contar -off topic-, cuando la vida me ponga frente a un público atento a mis palabras.


PD: Seguro me olvidé de una tonelada de cosas que hubiese querido decir en el cierre de esta inolvidable era de mi efímero paso por el cosmos, y quizás mañana me arrepienta de no haber dicho otras muchas. Pero de ser necesario, escribiré otro post... la ventaja de haber aprendido a programar mi propio Blog.
PD2: A los tres o cuatro que están festejando este posteo... créanme si les digo que, en este ajedrez, no hubieron ganadores.

Este texto tiene 2330 lecturas desde el 09-01-2019

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