La Santísima trinidad paternal
Tal como podría ser el caso de muchos de los que lean esta publicación, soy hijo de padres divorciados y de muy pequeño me crié con la rama materna de quienes mezclaron sus genes para traerme a esta vida.
Por esas cosas que de chico uno podría no entender (y de grande le pone su máximo esfuerzo pero aún así puede no terminar de descifrarlas) mi viejo se vio obligado a seguir parte de su camino sin el contacto frecuente de mi hermana mayor -Jorgelina- y yo.
Al tiempo tuvo la posibilidad de formar familia con otra mujer que -afortunadamente- le pudo dar todo lo que con mi vieja no pudo encontrar.
Jorgelina y yo nos vimos inmersos en el modelo de crianza de los encuentros esporádicos de fin de semana... no muy frecuentes -más por disputas internas familiares que por el propio deseo de mi viejo-.
La última vez que pude compartir algo cara a cara con mi Papá de pendejo fue aproximadamente a los 15 años, cuando en el secundario hicimos un "viaje de estudios" a Brasil y se requería el consentimiento de ambos padres para cruzar las fronteras.
Luego... otra disputa, otra distancia, y nuestra vida familiar también siguió por otros rumbos (quebramos económicamente y empezamos una vida nómade mudandonos de acá para allá).
Ahí podría terminar mi historia y este sería un mensaje cuasi emo a mi viejo y su ausencia, en su día comercial.
Terminé el secundario, empecé a transitar el universo de las Radios locales y conocí a un mentor, un colega, un padre putativo; Una de las personas que más haya influenciado en mi vida y uno de mis dos más íntimos amigos: Adolfo.
Adolfo y yo creamos un vínculo del tipo padre-hijo del alma.
Es el responsable de que yo haya dado mis primeros pasos en Web porque quería llevar al ciberuniverso sus capacidades literarias; Yo algo de programación ya conocía, robaba, tocaba de oído.
Todavía tenía en mis venas el amor por la radio -como pseudoconductor y operador autodidacta- cuando tomé la decisión de anotarme en la DaVinci y capacitarme en lo que se convertiría en un trabajo bien remunerado (como lo fue -primero- ser desarrollador web y -actualmente- ser docente de la escuela).
Ahí también podría terminar mi historia y esta entrada sería un mensaje de Feliz día a mi padre putativo del alma, Adolfo.
Pero en realidad este mensaje es porque hoy cumple años uno de mis Padawans ya devenido en Jedi recibido: Nacho Pozzebón.
Un alumno que en el primer cuatrimestre de la carrera se mostró siempre callado, respetuoso... de esos que al principio de la relación no sabés si le caés bien o te odia hasta el tuétano.
Cinco años atrás, yo coordinaba la carrera y estaba a cargo de un grupo de estudios formado por un par de esos lastres que aman copiarse (en otra publicación los he mencionado implícitamente, también).
Tras el primer parcial del semestre donde repitieron la fórmula de copiarse y lloriquear por todos los pasillos de la escuela por haberlos desaprobado, me carajeo con ellos, pido abandonar la comisión... hacemos cambio con otro docente y caigo -por segunda vez- a cargo del grupo de estudios de Nacho.
Nos fuimos acercando de a poco, puedo decir que generamos el máximo de amistad que permite el protocolo docente-alumno y se ganó mi aprecio y respeto en lo académico.
Y acá podría también darle fin a mi publicación, deseándole un Feliz Cumpleaños y augurando lo mejor en su día, aunque no sea precisamente por la paternidad.
Pero el señor obra de maneras misteriosas (según dicen los religiosos cuando quieren justificar lo que no entienden) y mi vida es más surrealista de lo que algunos aún conocen.
Una tarde, finalizada la materia que tenía Nacho conmigo, se acerca cuando los demás alumnos se habían retirado y me dice 'Tengo algo que es tuyo'.
Como todavía pasábamos por esa etapa media undefined de no saber si era de los buenos o de los malos, lo miro con desconfianza y le pregunto qué es.
Me tira sobre el escritorio del docente un folio con una parva de papeles míos de la ANSES (aportes y esas boludeces).
Me quedo duro un par de minutos, trato de descifrar cómo tiene esa información.
Nacho entiende mi estupor y solo dice 'Fijate la tarjeta' (había una que solo tenía un número de teléfono enganchada a los papeles).
Con todas mis capacidades de razonar bloqueadas le digo 'No sé, no conozco ese número' a lo cual me responde muy inteligentemente 'Dala vuelta, del otro lado está el nombre'.
Como habrán deducido lo más inteligentes: Era una tarjeta laboral de mi viejo.
¿Qué fue lo que sucedió?
Unos días antes, Nacho salió de su entonces trabajo en Carapachay (Zona Norte del Gran Buenos Aires) enfilando su rumbo a la Escuela.
Un compañero de trabajo de él, justo salía con su auto hacia la zona de San Telmo y -mal que mal- quedaba de camino a la escuela, por lo cual aceptó acercarlo hasta alguna zona del centro (como tantas otras veces durante un semestre y cuarto).
En una línea de tiempo paralela, y unos meses antes, la ANSES había mandado a mi último domicilio registrado esos papeles en cuestión... como ya no vivía más ahí -sabrá Satanás por qué- cayeron en el domicilio legal de Papá.
Los papeles, a nombre de Fundación Manonville, despertaron la curiosidad de mi viejo que se puso a Googlear info hasta caer en que la Escuela DaVinci era la fundación en cuestión.
Hasta acá, para alguien que no cursa en ese instituto, la Escuela DaVinci era un nombre como cualquier otro (como decir el 'Colegio Avellaneda' o 'El Don Bosco').
Un problema de salud -intervención quirúgica mediante- le cortó la investigación a mi viejo.
Volviendo a la escena del auto, se produce una conversión que parafraseo:
[ J ] Che Nacho, ¿dónde te dejo?
[ N ] En cualquier lado, donde te sea cómodo.
[ J ] Dale, decime si querés que te deje en algún lugar.
[ N ] Dejame acá, total camino un par de cuadras y estoy en la DaVinci.
[ J ] La... ¿Escuela DaVinci?... sabés que me parece que mi hijo trabaja ahí.
[ N ] No me digas que tu hijo es Germán Rodríguez... ¡Es mi profesor!
Esta historia no es ficticia, los mismos intérpretes podrán confirmarla y agregarle más data que a mi se me esté pasando, borrado, alterado o ignorado.
A consecuencia, podrán imaginarse que este día del padre -que coincide con el natalicio de Nacho- no es un día cualquiera para mí.
Porque, consideremos las casualidades que se tuvieron que dar:
Si Adolfo no hubiese cambiado el curso de mi río hacia la DaVinci.
Si Nacho no hubiese cursado justo en la DaVinci en la misma carrera donde yo daba clases y en las comisiones donde estaba a cargo.
Si no nos hubiésemos mudado tantas veces con mi familia hasta que nos perdieran el rastro.
Si la ANSES no hubiese mandado mis papeles a la casa de mi Viejo diciéndole 'Mirá que tu hijo está trabajando en la Fundación Manonville, A.K.A Escuela DaVinci'.
Si dos minutos de diferencia no hubiesen hecho que mi viejo llevara a Nacho a la DV esa tarde para tener la charla exacta que unió todos los cabos sueltos de una historia donde el compañero de laburo de papá estudiaba con su hijo (quien, a su vez, solo estaría en DV por la influencia de Adolfo).
Si una sola de esas variables hubiese faltado, no me hubiese reencontrado casi 20 años después con mi viejo para compartir cada Sábado en familia y esta noche no iría a cocinar la cena familiar para compartirlo con mis hermanitos menores, mamá Sil (porque desde que tengo uso de memoria me adoptó como uno más de su camada de cachorritos) y mi papá en su día.
A mi viejo, Jorge: Feliz Día!
A mi padre putativo, Adolfo, que me empujó hasta la DaVinci: Feliz Día!
A mi ex-padawan, Nacho, que fue el nexo que cerró todas las historias: Feliz Cumple!
Y a mí, en esa segunda oportunidad que me dio el destino, una Feliz Vida!
Este texto tiene 1654 lecturas desde el 19-06-2016
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