Sin desarrollador, no existe docente
Desde hace casi 4 meses me sumergí en el desarrollo de un sistema gigante, detrás del cual solo nos encontramos 3 personas: una líder de proyecto y encargada comercial, una diseñadora de paladar de plata y, a cargo de la programación, quien les escribe.
Aceptar este desafío significó sacrificar mis vacaciones, ya que son muchas las veces que me quedo hasta altas horas de la madrugada tipeando líneas de código o escribiendo en mi carpeta de desarrollo -una carpeta plagada de escritos donde bajo la lógica de cada cosa que me traba o me anoto ideas y consideraciones que tengo que tener presente a futuro-.
Ésto sucede en paralelo a la reestructuración de algunas materias dentro de la escuela (Seminario Final pasa a tener doble carga, PHP tengo que darle una vuelta de rosca porque va a tener 4 clases menos -por los feriados- y vuelvo a dar una materia después de casi 4 años a la que tengo que armarle el material de estudios)... todo en un armónico ámbito de estrés, porque marzo está a la vuelta de la esquina y comienza mi habitual maratón pasional docente (y si hay algo que nunca he ocultado es que la DV es una amante exigente).
Y, sinceramente, no me arrepiento de la decisión tomada.
No solo porque -eventualmente- la finalización del proyecto significará un nuevo rumbo en mi crecimiento profesional, sino porque el encontrarme involucrado en un desarrollo de la complejidad que encierra este sistema me permite comprobar empíricamente qué cosas de las que trato de enseñarle a mis alumnos son vitales para hacer realidad cualquier propuesta laboral (o personal) que se les presente.
También me ayuda a tomar noción de los ítems que quizás uno -accidental o intencionalmente- no profundiza por considerarlos más bien triviales o poco probable que mis futuros guerreros de la web vayan a necesitar y, en base a la experiencia, queda claro que debería ahondar más en detalle.
Pero mucho más importante, me remite a mi propia historia como alumno y -por consiguiente- a la de mis Padawans (tanto de PHP como de Seminario): corriendo con los deadlines, puteando con los momentos donde el cerebro pide un reboot o preguntándome si tengo la capacidad para finalizar un sistema de semejante envergadura (sin connotaciones fálicas, si bien programar y que funcione son los orgasmos de mi vida presente).
Revivir ese lugar de alumno, es una experiencia que sigo considerando fundamental para cualquier persona que quiera estar sentado en el escritorio del docente.
No existe, bajo ningún punto de vista, un escenario posible en una carrera digital donde un docente no se dedique (aunque sea una vez cada tanto) a trabajar en las tecnologías que dicta.
Ya que muchas de las materias que enseñamos no son de manual.
Imaginemos por medio segundo que nunca te quedaste hasta las 5am escribiendo un apunte para que tus alumnos tengan una referencia escrita de lo explicado... tranquilamente podés (y muchos así lo hacen) robarte los apuntes, diapositivas y hasta el estilo explicativo del docente al que le tengas más afecto o respeto. Pero las horas de vuelo son críticas al momento de capacitar al alumno.
Y el gran error de muchos, es creer que el alumno no se da cuenta de esta sutíl diferencia entre el docente-profesional y el capacitador de cabotaje que solo repite lo que alguna vez leyó en un blog o tweet.
Bueno, para esos improvisados docentes este consejo (y créanme): Se dan cuenta.
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