Final de temporada
En diciembre estaré a medio año de cumplir una década dando clases en la DaVinci (oportunidad que nació un año y medio después de iniciado mi paso como alumno de la escuela).
Una experiencia laboral que, quienes me conocen saben, respeté y cuidé desde el día uno tratando de brindarle a mis alumnos la mayor cantidad de recursos y conocimientos que pudieran servirles para desenvolverse en un saturado mercado laboral.
A lo largo de cada semestre transitamos decenas de ejemplos que tratan de desenmascarar los secretos que encierra la web, todo sustentado con diapositivas, apuntes que van hasta lo más técnico de cada tema enseñado y -eventualmente- prácticas que son resueltas en videotutoriales que repasan los contenidos de cursada.
Armar ese material son muchas horas de trabajo que ni los alumnos ni la escuela llegan a conocer.
Todo para afrontar parciales que tratan de presentar una complejidad similar a la del ámbito profesional (porque eso los prepara para no dejarse caer en el primer mega proyecto que deban afrontar). Lógicamente mi sadismo es un arma de doble filo; ningún examen se corrige en menos de 20 o 40 minutos (según la materia), multiplicado por un promedio de 120 alumnos a cargo por cada período (los cuales, además, tienen sus dudas naturales del avance mismo en la educación... por lo cual también hay una cantidad de horas semanales destinadas a responder mails e inbox con preguntas).
Es moneda corriente que, a lo largo de los 4 meses de cada período, 4 o 5 días de la semana solo pueda dormir entre 3 y 5 horas (los otros dos días, generalmente, me desmayo por el agotamiento).
Todas situaciones en las que yo elijo. Nadie me obliga a este apostolado hacia la capacitación de mis alumnos.
Podría ser como muchos otros docentes e ir al voleo a dar clases, sin material y al salir de la escuela hacer mi vida desenchufandome de los alumnos.
No tengo un mal sueldo. Sin dudas ganaría más en otro trabajo, pero lo que gano dando clases es una suma aceptable si pensamos que solo tengo que ir a transmitir mis conocimientos.
Pero la realidad es que se me paga por eso, cuando yo elijo destinar una tonelada de horas adicionales a preparar todo ese material complementario. Bajo esa ecuación -créanme, hice la cuenta- gano muy poco.
Y como todo mi tiempo se lo devora la docencia, no me quedan márgenes (ni fuerzas, dado que no me estoy haciendo más joven) para conseguir otros ingresos.
Es por esto que Diciembre marcará el final de un ciclo que está por cumplir 10 años.
Este año se ha caracterizado por una serie de inconvenientes en mi salud que me están pasando factura por mi infrahumano estilo de vida, los cuales no sería prudente ignorar.
Además desde hace un par de meses me embarqué en un proyecto bastante ambicioso, y al hacerlo descubrí que la importancia que le doy a la escuela anula cualquier otra cosa que pudiera querer hacer (sea en lo laboral, personal, familiar o íntimo).
Sin dudas, lejos del cronograma que tenía en mente originalmente, una vez terminado el semestre me pondré a tiro con lo que aún adeude de ese proyecto. Pero cuando ya esté en marcha voy a tener que atender otras responsabilidades que van a demandar tiempo (que ahora no tengo).
Y no niego que últimamente estoy más intolerante al hecho de ir a explicar cosas cuando muchos alumnos (anque no todos) están en otro mundo... pelotudeando con el celular, mirando noticias en internet o hablando con sus compañeros (entorpeciendo, en la competencia de las voces superpuestas, la clase).
Siento que llegó el momento de dar un paso más en mi crecimiento personal y profesional.
No me voy a alejar en el corto plazo de DaVinci, pero sin dudas desde Marzo ya no tendrá el mismo lugar en mi escala de prioridades hasta que llegue el punto en que no pueda atenderla más, no le sirva a los alumnos, o no encuentre más satisfacción en darles clases.
Como sea, no me arrepiento de ninguna decisión tomada en pro de capacitar mis alumnos y espero ellos sepan entender los motivos que derivan en los cambios que se avecinan.
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